Una de las cosas que se ha discutido últimamente es el rol de los géneros, ¿cómo debe comportarse una mujer?, ¿qué es ser señorita?, ¿qué tan caballero debe ser un hombre?, es algo que hemos escuchado incluso desde antes de nuestro nacimiento. Lo primero que preguntan cuando alguien será padre/madre, es el “sexo” del bebé, posteriormente, todos los regalos están orientados a esa respuesta: rosa para niñas, azul para niños.
Para Butler, en la ontología sexual ínsita en el sentido común occidental, los accidentes de género –esto es, los actos particulares en los cuales el género se manifiesta: gestos, vestimenta, posturas, etc.– son concebidos como atributos que expresan una sustancia de género existente a priori. Desde esta perspectiva, un individuo nace dotado de una identidad de género inmutable definida por el sexo biológico, identidad que se pone de manifiesto a través de un conjunto de comportamientos acordes con ella. (Gros, 2016, p.249)
Esto no es azaroso, es algo que la cultura ha impuesto, nacimos y crecimos con la heteronormatividad. La heteronormatividad es “la matriz binaria según la cual se asignan, clasifican y regulan las identidades de género en las sociedades occidentales.” (Gros, 2016, p.246). Es decir, nos dicen no sólo cómo debemos lucir, sino más bien, nos imponen cómo actuar, cómo pensar, qué es correcto y qué no lo es. Tomemos lo que Posada (2015) dice, según él, el constructivismo de Beauvoir de 1949 cuando escribió “El Segundo Sexo”, planteaba que una persona no nace mujer, sino que esta se hace y que esto sobrepasa la frontera netamente biológica de los sexos. No hay nada que nos indique cómo debe ser una mujer y cómo debe ser un hombre, salvo la cultura. La cultura nos atraviesa, al punto que no podemos desprendernos de ella, somos seres sociales, dependemos del contexto.
Para Butler, en la ontología sexual ínsita en el sentido común occidental, los accidentes de género –esto es, los actos particulares en los cuales el género se manifiesta: gestos, vestimenta, posturas, etc.– son concebidos como atributos que expresan una sustancia de género existente a priori. Desde esta perspectiva, un individuo nace dotado de una identidad de género inmutable definida por el sexo biológico, identidad que se pone de manifiesto a través de un conjunto de comportamientos acordes con ella. (Gros, 2016, p.249)
Esto no es azaroso, es algo que la cultura ha impuesto, nacimos y crecimos con la heteronormatividad. La heteronormatividad es “la matriz binaria según la cual se asignan, clasifican y regulan las identidades de género en las sociedades occidentales.” (Gros, 2016, p.246). Es decir, nos dicen no sólo cómo debemos lucir, sino más bien, nos imponen cómo actuar, cómo pensar, qué es correcto y qué no lo es. Tomemos lo que Posada (2015) dice, según él, el constructivismo de Beauvoir de 1949 cuando escribió “El Segundo Sexo”, planteaba que una persona no nace mujer, sino que esta se hace y que esto sobrepasa la frontera netamente biológica de los sexos. No hay nada que nos indique cómo debe ser una mujer y cómo debe ser un hombre, salvo la cultura. La cultura nos atraviesa, al punto que no podemos desprendernos de ella, somos seres sociales, dependemos del contexto.
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¿Cómo se sostiene esto? Retomemos la idea de que el género es determinado únicamente por la cultura, entonces al existir un sistema binario de géneros, seguimos asumiendo, tal como Buttler (2018) decía, que existe una relación directa entre género y sexo, como si el género reflejará al sexo o estuviese limitado por él. Es por ello que hay que considerar que el género como un ente independiente del sexo, para que así el género sea ambiguo “hombre y masculino pueden significar tanto un cuerpo de mujer como uno de hombre, y mujer y femenino tanto uno de hombre como uno de mujer”. (Buttler, 2018, p.55).
Entonces, cabe preguntarnos, ¿el sexo es a la naturaleza, como el género es a la cultura? ¿Existe realmente una diferencia entre sexo y género? Buttler (2018) cree que no, que el sexo sigue siendo una expresión del género, el cual es una expresión de la cultura, puesto que está antes de ella.
Si se refuta el carácter invariable del sexo, quizás esta construcción denominada "sexo" esté tan culturalmente construida como el género; de hecho, quizás siempre fue género, con el resultado de que la distinción entre sexo y género no existe como tal. (Butter, 2018, p.55)
Supongo que has escuchado que las mujeres deben ser señoritas, mantener una vida sexual recatada, sino será menos respetada. ¿No? Quizás hayas escuchado esta canción.
Referencias
Gros, E, (2015). Judith Butler y Beatriz Preciado: una comparación de dos modelos teóricos de la construcción de la identidad de género en la teoría queer. Revista Civilizar Ciencias Sociales y Humanas. 16(30), 245-260.
Posada, L. (2015). El “género”, Foucault y algunas tensiones feministas. Estudios de Filosofía, 52 (2015): 29-43.
Duque, C. (2010). Judith Butler y la teoría de la performatividad de género. Revista de Educación & Pensamiento. 85-95.
Me encanto el post, especialmente como lo ejemplificaron con la canción.
ResponderEliminarAhora una pregunta ¿hay tips para detectar los micro machismos producido por la heteronormalidad?
Foucault plantea que dentro de la sociedad disciplinaria no solo hay instituciones que rigen el poder, sino que somos nosotros mismos los que regimos el poder, esto lo plantea mediante el concepto ''micromecánicas de poder''. Por lo tanto un micromachismo sería una micromecánica de poder, que es la forma en que manifestamos el poder entre nosotros. Desde esta perspectiva el micromachismo es una forma en que se manifiesta el poder que tiene el hombre sobre la mujer en la sociedad. ¿Te ha pasado o has visto que cuando hay una cita heterosexual, el garzón le pasa la cuenta al hombre? Pues eso es un micromachismo.
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